Manuel Alejandro Villa Gómez siempre había sentido que las quejas sonaban vacías sin acción. Vivía en un barrio donde las calles se inundaban en tiempo de lluvias y los servicios públicos parecían un sueño lejano. Pero un día, mientras miraba a sus vecinos frustrados, se dio cuenta de algo poderoso: el presupuesto participativo.
Con una energía renovada, Manuel comenzó a organizar a su comunidad. "¡Es hora de proponer, de alzar la voz!", les decía, contagiando su entusiasmo. Juntos, discutieron ideas brillantes y soñaron en grande. Cada reunión estaba cargada de risas y esperanza; cada voz que se unía, un paso más hacia el cambio.
La fecha límite se acercaba, y Manuel motivó a todos a subir sus proyectos antes del 1 de agosto de 2025. "Esto no es solo una votación", repetía con alegría. "Es nuestra oportunidad de decirle al gobierno que aquí es donde queremos ver mejoras".
Cuando finalmente presentaron sus propuestas, el ambiente era electrizante. La comunidad estaba unida, lista para mostrar que eran los arquitectos de su propio destino. Manuel sonrió, sabiendo que el cambio comenzaba en su propia calle, y que cada acción contaba. “¡Vamos a dejar huella!”, exclamó, llenando a todos de una renovada energía. Así, en cada rincón de su comunidad, el futuro comenzaba a transformarse.